SOBRE EL CONOCIMIENTO DEL COMUNISMO POR PARTE DE LA CLASE OBRERA DE NUESTRO PAÍS.

Enrique Velasco

La cultura es función del tipo de proceso de trabajo material-

La sola existencia sostenible de la cooperativa, plantea una nueva manera de trabajar, por tanto, una nueva manera de vivir, y por lo mismo, las bases de una nueva cultura.

No poder trabajar más que con la condición de que “otro” obtenga la mayor ganancia posible, y al menos la ganancia media. No poder participar en la ordenación de tu trabajo. No participar en el fruto de tu trabajo en proporción a tu esfuerzo. No saber cuánto durará tu trabajo, si se acabará el mes que viene.

Trabajar en esas condiciones, no es una condición personal, individual, sino colectiva, propia de todos los trabajadores de las principales empresas del país, y de toda Europa, y pronto de todo el mundo.

Este conjunto de trabajadores, prestando su esfuerzo en las condiciones citadas, no forma ninguna unidad, no forma  ningún conjunto completo. Falta otra pieza para poder encajar, y formar un conjunto. Y la otra pieza, los empresarios, reúnen unas condiciones que complementan las de los trabajadores: ellos son los que ganan lo más posible, los que ordenan el trabajo, los que dirigen el proceso.

Estas dos piezas del conjunto, dan el molde en el que se desarrolla el trabajo, la vida de sus miembros. Y esta forma de trabajar y vivir, esta combinación de las dos piezas, nos da la cultura en que nos educamos. Y nos da la forma y el fondo de lo que nos enseñan en las escuelas, en los institutos, en las universidades.

El trabajo en cooperación, al cambiar las bases de esa cultura, permite, asimismo, remover los pilares sobre los que monta todo su armazón.

Por ejemplo, un tipo de sociedad, asentada sobre una producción por cuenta ajena, tiene como resultado característico la formación de un grupo reducido de ociosos, y de otro gran grupo de trabajadores. Así es en la sociedad capitalista y así lo fue en la esclavista y en la servil.

En consecuencia, el pilar esencial que soporta la formación de lo que hoy llamamos la alta cultura, es la existencia de un grupo reducido de ociosos, es decir, que no necesitan trabajar para reproducirse, y que reciben de los trabajadores, en proporciones abundantísimas, todos los medios materiales necesarios para ello.

Esto les permite adiestrarse en aquellas artes y saberes a las que solo ellos, ociosos y nadando en la abundancia, tienen alcance. Estas posibilidades materiales les permiten alcanzar una muy alta calidad en sus obras y actividades; lo que unido a que sólo ellos las hacen, gozan y practican, convierte este mundo cultural en un espacio “distinguido”, separado del escenario en que tiene lugar la reproducción de los trabajadores.

El segundo pilar, sostén de la alta cultura, consiste en presentarla como el modelo más acabado, más elaborado, más representativo de las cimas que puede alcanzar el espíritu humano. Consiguiendo con ello dos cosas. Una, que los trabajadores lo admitan así, y no se les ocurra pensar en que puede haber otras cimas y otros caminos por las que alcanzarlas.

Otra, que no es más que un refuerzo de la primera. Que los trabajadores admitan, como cosa natural, como lo más lógico, que estas culturas, que estas cimas, bien, bien, seguramente no las alcanzarán  nunca; a ellos, dentro de la organización de la humanidad, no les corresponde ese lugar; esos son lugares para otra clase de gente.

Todo ello, sin embargo no pone en duda las cimas, las alturas, sus calidades, y el disfrute gozoso de todas estas maravillas, por parte de los ociosos.

Pero los trabajadores han de ser conscientes de que las excelencias de esa cultura tienen como base, sin la que no existiría (sin la que no existirá), una concreta forma de trabajar. Una forma de trabajar que, cambiándola por la de hacerlo en cooperación, acabará con su fuente de alimentación, y abrirá las puertas de otras formas de vida, de cultura, menos “distinguidas” y más propias de los trabajadores, es decir, de todos, puesto que no habrá ociosos.

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